La noticia, la mala nueva, me tomó por sorpresa. Por un mensaje del Facebook supe que levantó la mano para despedirse. Y se fue a reír y a soñar enfrente de otro público, porque la sonrisa de la Cristi no ha padecido nunca de abulia.

La conocí por la pantalla del televisor, con su pelo escaso y revuelto, la boca roja y sus blusas amarillas, azules, y yo decía para mis adentros: ¿quién es la negrita esa, tan vivaracha, con esa voz quizás poco “audiovisual”, pero siempre feliz? ¿Por qué ella es de esas periodistas que nunca está lejos del barrio y de su gente?

Era suyo, muy suyo, un programa casi “cederista” que seguíamos muchos, y se enorgullecía de él y de su conductora. Escribía sobre cualquier cosa. Tenía una opinión sobre todo. Buscando en los archivos adiviné que Telecristal había nacido con ella. O viceversa. Que junto a Magalys Pupo, esa otra dama del “vidrio”, formaba un dúo visceral, de mujeres apegadas a su pedazo de tierra, que lo mismo trepaban una montaña detrás de la noticia, que salían “en vivo” contando a su manera las historias de Holguín nacidas de la gente. Siempre la gente.
 
El día que llegué por vez primera a Telecristal, fue Cristi la tutora que me asignaron. “Escribe, muchachito, para escucharte” –me dijo. Y salió un comentario doloroso sobre la sequía que nos aguijoneaba por aquellos años. Leí con ganas en medio de la redacción, para los oídos de Cristi, mi única oyente. Me mandó a repetir la lectura, “para tener una idea más clara”, se puso seria, temí, y luego dijo alto para todos los que no estaban: ¡Pero si tiene voz, tiene voz! Y yo imaginé un elogio detrás de aquella sentencia henchida de lógica.
 
Después de eso no paré. Cristi me dio las oportunidades de hacer que todo practicante iniciático anhela. Y cuando recibo ahora a mis estudiantes en la redacción, es su imagen la primera que aparece ante mí, como si me aconsejara que les abriera el camino como ella hizo conmigo.
 
Después se jubiló “a medias”. Llegaba a veces a revisar correos, a buscar información para escribir para la web, a aconsejar a “los nuevos”. Y una vez al mes aparecía para dictar sentencia en las reuniones partidistas, con esa visión comparativa, tan necesaria para crecer, que solo da la experiencia.

Un día dejó de venir. Pensé que estaba en casa como las aves que emigran a buscar la calidez que el frío espanta. Y cuando viajé a Haití no imaginé nunca que encontraría en el Facebook una nota de despedida, de flores tiradas por la gente, su gente, mientras la risa de Cristi se toma la libertad de escabullirse para alegrar a otro público en un lugar que, de seguro, también la merece.

Nota: Maria Cristina Rodriguez Castellanos, escritoria y periodista de Tele Cristal. Fundadora de la TV en Holguín

 

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