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Arte y Cultura

El animal de Martí (Séptima Parte)

No engendra hijos sino después de haberles procurado casa (José Martí)
No engendra hijos sino después de haberles procurado casa (José Martí)

La inteligencia de las aves para amarrar la rama endeble a la rama fuerte y proteger el destino de las crías es admirable. El autor revela el desenlace de la novela protagonizada por dos aves neoyorquinas.

Una novela en el “Central Park” es la historia real de una pareja de aves que advierte, consternada, cómo la rama del árbol donde ha fabricado su nido resulta demasiado débil para sostenerlo y puede acabar, si no quebrándose, sí doblándose y poniendo a los pichones que nacerán sobre ella al alcance de la tierra, de cuyo contacto ningún ave tiene buen recuerdo.

Tener alas, recuerda José Martí, no es sino el resultado del esfuerzo milenario de una criatura por poner distancia entre ella y el mundo, y dirigirse al cielo, en todas las acepciones posibles de esta palabra, incluso en la teológica. La vida a ras del suelo es temible, pero las alas no se improvisan. El propio Martí sabe cuán difícil es armarse de unas artificiales o, luego de conseguir crecerlas, conservarlas:

A todo hombre le quema la vida las alas de cera. Yo me hago otras alas y me las corto, y me las rehago: de modo que me parece que tengo ante mí un taller de alas. Pero duelen al salir; duelen al aletear; duelen más al caerse; siempre duelen.

La renuencia de las oropéndolas observadas por él a permitir que sus crías nazcan cerca de la superficie de la tierra me devuelve a un haiku de Kobayashi Issa cuya protagonista es una mariposa. Sólo que en este caso la permanencia en el aire no responde al temor a la tierra sino a la total indiferencia del insecto hacia ella y, sospecho, hacia quienes la habitamos:


Revolotea
la mariposa. El mundo
no le interesa.


El aire es un planeta aparte y, sin duda, más delicado que el nuestro. El aire está lleno de almas, decía Martí.

Una novela en el “Central Park” registra la angustia de las aves neoyorquinas e incluso sus discusiones ante la catástrofe en cierne:

Aletearon y piaron querellosamente los dos pajarillos. Se paraban en otra rama, y se movían en ella. Se juntaban como para consultarse, y separadamente, como para buscar, se perdían por el ramaje espeso. --Y volvían con tristeza, como dos esposos desdichados, a posarse sobre la rama débil. --Con el nido a medio fabricar, lleno ya de sus esperanzas y devaneos, ¿qué harían ahora: ni del amor impaciente, que les agitaba de adentro del pecho su plumaje de oro,--de su creador amor, ¿qué harían? Porque el pájaro, más sabio que el hombre, no engendra hijos sino después de haberles procurado casa.-- Ala contra ala seguían gimiendo los dos pajarillos.

Hay detalles dignos de hacer notar:

a) lo que colma el nido: esperanzas y devaneos;
b) la prisa del amor de las aves, típica de la juventud a la hora de acoplarse y ostensible en el temblor de las plumas que cubren el sitio donde la tradición sitúa los sentimientos (la sutileza de la percepción me devuelve a otro haiku cuyo autor no advierte que hay brisa hasta que ve la pelusilla de una oruga revolverse);
c) la frase penúltima, donde Martí antepone el sentido de responsabilidad de las aves al de los seres humanos: el pájaro, más sabio que el hombre, no engendra hijos sino después de haberles procurado casa. Acaso pensaba en el suyo, que no había disfrutado ni disfrutaría de hogar paterno seguro.

Pero las oropéndolas no se dan por vencidas: De pronto, saltan sobre una rama que estaba como a unas quince pulgadas por encima del nido amenazado; la oprimen con el cuerpo y la sacuden; tienden sus cabecitas a la rama de abajo, como para medir bien la distancia; pían con menos dolor; unen un instante sus picos, y, por lados contrarios, vuelan.

Se teme, por un instante, la separación definitiva de la pareja y el abandono del paraje. Pero el análisis a que han sometido su circunstancia intriga, induce a recapacitar y aviva el suspenso. Puede que algo se les haya ocurrido y que la ocurrencia demande el trámite que sólo momentáneamente las disgregará. La unión de los picos, como la de las bocas entre los animales humanos, es buen augurio.

Ya era de noche, y a la mañana siguiente se vio la maravilla. ¿Qué habían hecho las dos oropéndolas? ¿Llevado el nido a la otra rama? ¿Comenzado un nido nuevo? ¿Suspendido el amor hasta tenerle fabricada la casa? ¡Oh, no! que los novios no tienen espera! --Muchos pájaros saben tejer y anudar, y algunos, como el tejedor de la India, juntar por los extremos una hoja grande, en forma de embudo, y llenarla para recibir sus huevos.-- Y estas oropéndolas amables y traviesas habían hallado por el suelo piadoso un trozo de cordón, pasándolo por encima de la rama fuerte, y sujeto con sus dos extremos colgantes las alas del nido, a donde ahora, en silencio, están calentando sus huevos.

Hay que sonreír ante la sola idea de que las aves pudieran haber suspendido el amor hasta tenerle fabricada la casa, y ante el reconocimiento inmediato de que no hay pareja de enamorados movida por sus instintos que sepa de posposiciones. Es justo el calificativo de piadoso otorgado al suelo: lo fue, y mucho: suministró la cuerda para salvar el nido, lección que las oropéndolas, desconfiadas, debieron aprender; el presunto enemigo, aquél cuya proximidad rehuían, se les reveló cómplice. La inteligencia de las aves para amarrar la rama endeble a la rama fuerte y proteger el destino de las crías es admirable. También lo es que Martí acabe viendo al propio nido echar alas.

La frase final de la novela sitúa al lector debajo de la rama: Como tienen las plumas amarillas, se ve, por encima del nido, como una espuma de oro. La cuna adquiere jerarquía de nimbo.

Nada añade Una novela en el “Central Park” a la obra literaria de José Martí; sí, al mejor discernimiento de su persona, demasiado sensitiva para la ordinariez que, en cierta medida, cultivamos. No me sorprendería que la estatua ecuestre que se levanta en ese parque y lo muestra justo al instante de ser herido de muerte sirva de escala a las oropéndolas. Ni me sorprendería que entre ellas figuraran algunas descendientes de aquéllas que él vio anidar: los soles del verano disponen de igual manera al amor a los hombres y los pájaros.

Pintura de cubanoamericano con los Brooklyn Nets

Jose Parla en el Brooklyn Center
Jose Parla en el Brooklyn Center
El artista de origen cubano, crecido entre Puerto Rico y Miami, José Parlá, firma un inmenso mural en el Barclays Center de Nueva York, sede del equipo de baloncesto Brooklyn Nets y sala de concierto en la que han actuado desde Bárbara Streisand hasta Bod Dylan, informa el diario español El País.

Parlá quien define a Brooklyn como el lugar donde conectó con el universo urbano, dejó Miami al obtener una beca del New World School of the Arts y completó su formación en el prestigioso Savannah College of Art and Design, en Georgia.

El artista de origen cubano instalado en Brooklyn hace 18 años, ha realizado murales en 2 de los edificios más representativos de la nueva escena cultural de esa localidad y define el grafiti como arte que conecta palabras, dibujo y lienzos.

David Berliner, uno de los miembros de la junta directiva del Barclays Center donde Parlá realizó su mural de 21 metros "Brooklyn diary" definió a este artista del grafiti, que mezcla en sus murales canciones de hip-hop y notas de sus cuadernos personales, como un brooklinita consumado.

El animal de Martí (Sexta parte)

Dos pajarillos que por su discreción se han hecho famosos (José Martí)
Dos pajarillos que por su discreción se han hecho famosos (José Martí)

Martí desaparece detrás de un seudónimo, “La América”, revista neoyorkina y haciéndose pasar por ella, asegurando que es la publicación y no él quien presencia los sucesos que se dispone a narrar. El autor rescata y comenta una novela en miniatura de José Martí

Entre las páginas de las Obras Completas de José Martí hay una novela escondida, una novela soslayada por la crítica, que favorece los textos graves y ha conseguido que el escritor sensible e imaginativo desaparezca detrás del caviloso, sumándose a aquéllos que, añadiendo altura al pedestal donde lo situó la Historia, lo apartaron de la tierra, pedestal suficiente para quien advirtió que su destino sería crecer bajo la hierba.

La categoría de “novela” que exhibe este texto se la dio su autor, e hizo bien en dársela, porque hay quien sólo ve novela donde hay ficción y abundancia de papel y tinta, cuando “novelar” es también contar sucesos reales que, por asombrosos, parecieran no serlo.

Martí desaparece detrás de un seudónimo, “La América”, revista neoyorkina donde colaboró y de la que llegó a ser director entre 1883 y 1884, y haciéndose pasar por ella, asegurando que es la publicación y no él quien presencia los sucesos que se dispone a narrar, sale en busca de los datos que necesita, contempla a sus personajes en acción, se identifica con ellos y procede a dar cuenta emocionada de lo que es testigo.

Lo extraordinario de Una novela en el “Central Park” no es ella misma sino la decisión de Martí --un desterrado abatido por preocupaciones de toda índole y de no escasa magnitud: económicas, familiares, matrimoniales, patrias, de salud— de escribirla. Nadie que no se haya topado con ella en uno de los tantos volúmenes de sus Obras Completas, o que practique la lectura indiferente a las singularidades delatoras de un estilo, se arriesgaría a atribuírsela, porque tanto se ha alejado a Martí de Martí que cuesta trabajo entreverlo pendiente de las angustias, habilidades y conquistas de un par de animalitos salvajes en un árbol de Nueva York; tanto trabajo como imaginarle llamando “novela” a un texto que apenas ocupa algo más de una cuartilla.

Una novela en el “Central Park” tiene subtítulo: Inteligencia de las oropéndolas, porque son estas aves, de plumaje amarillo y alas y cola negras, sus protagonistas. El oro del nombre no pasará inadvertido al autor: le servirá para aureolar la última frase de su narración. Las primeras sitúan al lector en el lugar de los hechos:

“La América” suele, para reparar en el comercio de la Naturaleza las fuerzas que se pierden en el de los hombres, salir a paseo por donde hay árboles coposos: y gusta de ver cómo los soles del verano disponen de igual manera al amor a los hombres y los pájaros, y cómo éstos revolotean en torno de las ramas, cual las imágenes, sueltas por el aire a modo de halcones de cetrería, danzan y giran, de vuelta de sus excursiones, en torno de la frente.

Imagínese a la revista, y no a Martí, huyendo del tráfago metropolitano y refugiándose entre la floresta del Parque Central, cuya compañía le devuelve el vigor. Imagínese al verano dotado de varios soles peritos en el arte de despertar en las criaturas la necesidad de acoplarse. Y adviértase la similitud entre las aves que vuelan alrededor de las ramas y las imágenes que flotan ante los ojos del poeta: la intranquilidad es común a todas pero sólo las primeras son visibles al resto de los hombres; las segundas no lo serán a menos que el vidente las traduzca en palabras.

A diferencia de las oropéndolas, las visiones que rodean a Martí son aves rapaces, halcones de cetrería, cuya presa no puede ser otra que él mismo. Pienso en uno de sus apuntes: Los pájaros pían alrededor de mi ventana, como caen sobre la fruta madura, la fruta que ya van a morder. ¿El poeta comido por la poesía? Y reparo en la palabra “excursiones”: alguna ironía hay en ella. Cuando las imágenes no están, el poeta no es.

Por los lugares menos concurridos del “Central Park” suele pasear La América: que más le contentaría andar por selvas naturales, libres y robustas, que por jardines mondados y pulidos. Y allí tuvo ocasión de ver dos pajarillos que por su discreción se han hecho famosos. La oropéndola es ave diestra e inteligente, y esta pareja de ellas lo es mucho.

Parecía que se veía trabajar al propio pensamiento cuando se les veía hacer su nido: como la observación va cogiendo hechos, y vaciándolos en la mente, que los reúne y trenza, y da luego en idea compacta y sólida, así recogían las oropéndolas hojas fibrosas, pedúnculos y gramas, y trabajaban su nido con ellas.


La revista califica de “discreta” la conducta de las aves, y hay que sonreír cuando atestigua que a esa virtud deben su celebridad. Pero no puede ser la revista, sino Martí, quien descubre en el arte de fabricar un nido, en el laboreo meticuloso de la pareja alada, una representación de la actividad intelectual.

Iban y venían, como copos de oro, y como el pico, mayor que la cabeza, lo tienen ancho y recio, y son diligentes y busconas, el nido iba de prisa. Pero a poco observaron que la rama de que lo habían colgado era muy débil y se venía al suelo, a punto que ya tocaba el césped: lo que da miedo singular a las aves que, espantadas acaso del tiempo en que vivieron sobre la tierra, no quieren que sus hijos nazcan en ella, y se interrumpa su camino al cielo.

La desazón de las aves recuerda la que debió de sentir da Vinci cuando apenas concluido el mural de “La última cena” vio cómo el óleo untado al yeso comenzaba a descascarillarse.

Pero lo más admirable es la causa del pavor de las oropéndolas, que no es tanto la posibilidad de que el nido caiga al suelo y, al golpearlo, se deshaga, sino que sus crías nazcan a ras de tierra, de la que las aves todas tienen un mal recuerdo, y que ese percance les impida aprovechar el trámite evolutivo que, además de distanciarlas de ella, permitiéndoles permanecer en el aire y en las copas de los árboles, las sitúa rumbo a ámbitos superiores no sólo en el plano físico sino en aquel otro, celeste también, donde los bienaventurados gozan de la presencia de Dios. La eclosión de los huevos a ras de tierra significaría un retroceso en la fuga de las aves a las esferas más altas, un retraso en su viaje al Paraíso.

Una novela en el “Central Park” no fue una obra por entregas, pero las columnas de los diarios digitales no están hechas para soportar mucho peso y ésta no quiere encorvarse como la rama escogida por las oropéndolas. El desenlace, la próxima semana.

Emblemáticos edificios de Nueva York en manos de un arquitecto cubano

Cuba arquitecto cubano en New York
Cuba arquitecto cubano en New York

Los edificios del Departamento de Relaciones Públicas Internacionales de la prestigiosa Universidad de Columbia en Nueva York, fueron renovados por un arquitecto cubano, Manuel Castedo.

Los edificios del Departamento de Relaciones Públicas Internacionales de la prestigiosa Universidad de Columbia en Nueva York, fueron renovados por un arquitecto de Jatibonico: Manuel Castedo.

También los consulados de México, Argelia, Trinidad y Tobago, y las sedes de las misiones de Etiopía, Omán, Polonia y Arabia Saudita en las Naciones Unidas.

Su familia materna llegó a Cuba procedente de Galicia en 1914 y en la isla su padre trabajó en el comercio del tabaco. "Cuando llegaron a Cuba, se dedicaron a ser cubanos", explica el arquitecto.

Manuel Castedo recuerda que en su niñez en Jatibonico, ya tenía interés por el ambiente urbano y el diseño de edificios. Esta pasión creció con el asombro al descubrir la Gran Manzana, su diversidad arquitectónica y sus rascacielos.

Logró ingresar al prestigioso Instituto Pratt, donde se graduó de arquitecto en 1976.

Desde entonces se dedica a la renovación y reconstrucción de importantes edificios en la ciudad de Nueva York, siguiendo las especificaciones de la Comisión de Conservación de Estructuras Históricas.

Miembro del Instituto Americano de Arquitectos, Castedo tiene obras en compañías de alta tecnología en Silicone Valley, en los suburbios de Nueva York y en el exclusivo resort Casa de Campo, en la República Dominicana. También ha diseñado de yates.

El último esfuerzo, elogiado por The New York Times, es la renovación del edificio de estilo “Greek Revival”, o estilo griego, situado en el 19 South William Street, en el bajo Manhattan.

Se trata de una edificación de 1839, ubicada en un área histórica, rodeada de construcciones de diseño holandés. "Aunque no son de la época de la colonia holandesa, son edificios que sus dueños originales les dio por construir en ese estilo porque era Nueva York, y era la historia que había en esa parte de la ciudad; es la parte más antigua de Nueva York”, exlica el arquitecto.

El dueño original de 19 South William Street era Amos F. Eno, cuya familia era propietaria de parcelas en esta área desde antes de la Guerra Civil estadounidense.

Algunos de los edificios en la calle South William también tienen entrada por la histórica calle conocida como Stone Street. En 1903, Eno hizo construir un edificio en la prominente vía de 57 Stone Street, pero le dio como entrada principal la que se haya en South William Street, número 13. Dos años más tarde, a Eno le siguió Henry Schaeffer, en el proyecto de construir un edificio con entrada principal por South William Street. El arquitecto entonces fue Edward L Tilton, y el edificio en el 17 South William Street es de diseño holandés renacentista. En el 1908, Amos Eno adquirió 15 South William Street, y siguió el diseño que se imponía en la calle que el rotativo del New York Evening Post bautizó como “muestras finas de la vieja arquitectura holandesa”.

El edificio 19 South William "no tiene nada en particular, salvo que es un ejemplo muy típico de lo que se construía en Nueva York en los 1840s. Estaba deteriorado y afeaba el conjunto de estructuras históricas. El año pasado, los dueños decidieron reconstruirlo y conjuntamente con la Comisión de Conservación de Estructuras Históricas, lo convertimos en algo muy moderno pero a la vez, preservando el diseño original de esa época”.

En este renacer, el 19 South William Street contará con una cervecería alemana en sus dos primero pisos.

La visión original de Amos Eno, de tener pisos de una calle a la otra queda plasmada ahora en la visión de amplitud que le da Manuel Castedo a apartamentos que tienen un lado muy holandés en la calle South William, hacia la fachada de la histórica Stone Street con estructuras típicas del estilo renacimiento griego.

Cada apartamento –tipo ‘loft’- cuenta con dos habitaciones y áreas amplias, algo muy apreciado en el Nueva York del 2013.

Para lograr este proyecto la competencia con otros arquitectos no fue reñida, "son simplemente clientes míos de muchos años y nosotros tenemos mucha experiencia restaurando edificios históricos. En este momento tenemos cuatro edificios en construcción: el 19 South William, uno en Greenwich Village, otro en la calle 51 y otro en la 53. Todos son estructuras del siglo XIX que serán adaptadas para darles un uso completamente moderno, siempre respetando el diseño y el método de construcción, por lo menos en el exterior, que es lo que se aprecia desde afuera cuando se termina la obra”.

Castedo tiene la responsabilidad de preservar la arquitectura de una de las ciudades más famosas del mundo y con su trabajo rescata la sentencia del poeta John Keats, “algo lindo es una alegría para siempre: aumenta su belleza y nunca pasará hacia la nada”.

Galeano presenta en Chile su último libro

El escritor uruguayo Eduardo Galeano realiza una lectura de su obra en la Casa de las Américas, en La Habana, Cuba
El escritor uruguayo Eduardo Galeano realiza una lectura de su obra en la Casa de las Américas, en La Habana, Cuba

La presentación estuvo matizada por las aglomeraciones y el caos, ya que una multitud no tuvo acceso a la sala

El escritor uruguayo Eduardo Galeano presento el miércoles en un teatro de Santiago de Chile su último libro, titulado “Los hijos de los días”, según reporta la agencia Efe.

Invitado por varias instituciones chilenas, Galeano leyó fragmentos de su libro, en el que cuenta 365 historias, una por cada día del año, y que relatan hechos extraordinarios en distintos periodos históricos y lugares.

Mientras tanto, en los exteriores del teatro, cientos de personas, entre ellos periodistas y dirigentes estudiantiles universitarios que iban a participar en la presentación, no pudieron entrar al estar abarrotada la sala, más allá de su capacidad que es de 470 personas.

El recinto teatral se encuentra dentro de una galería próxima al palacio presidencial de La Moneda, la cual fue cerrada por la policía para que no se agolpara más gente.

Mientras leía una de las historias, Eduardo Galeano fue interrumpido por un grupo de asistentes que le comentaron sobre lo que ocurría en el exterior, pero el escritor alegó que él no era responsable de la organización y que sólo había acudido a presentar su libro.

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