La piscina, Homero y Telemaquia

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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 2 mayo, 2023 |
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A los de la honda y cavernosa Lacedemonia que  residían en Faris, Esparta y Mesa, cualquier coincidencia, no es mi culpa

Llegó la primavera y junto a ella, abril, mes en que Telemaquia, la esposa de Homero, cumple años de nacida y como la efeméride siempre la celebran fuera de casa, para evitar espartanos no gratos, eligieron la opción recomendada por la agencia de reservaciones para el hotel Atenas.

Sin muchas pretensiones encaminaron sus pasos hacia el lugar, y aunque tuvieron que pagar 400 pesos, solo por acceder a la piscina, compartieron el criterio de que a los organizadores se les fue la mano en el asunto.

La estancia devino odisea, escrita en griego antiguo, difícil de entender para los protagonistas que, tomando la tradición oral de la época y a diferencia de los rapsodas del siglo VIII a. de C., comentaban a viva voz el alto precio de la entrada.

Disfrutaron a su forma hasta el momento de liquidar la cuenta, el detonador para Homero, no el narrador de La Ilíada, sino el de esta historia, quien para evitar un estallido arterial pidió a la  musa relatara a Odiseo lo sucedido y accedió:

-¡Oh, señor!, la cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas, detonó frente a la disparada factura que alteró a Homero, quien dispuesto a cursar la correspondiente queja, se dirigió al carpetero para analizar la cuenta, que excluía un pan con tortilla a 50 pesos, liquidado ipso facto.

Los allí presentes testimonian que nuestro mensajero se detuvo ante la vergonzosa respuesta recibida, aunque ni siquiera mojó el dedo gordo del pie en aquel estanque rectangular:

-Si no la utilizó, es su maletín…, la piscina estaba abierta -dijo el encargado de la prestación. Homero lo miró, contó hasta 100, para evitar problemas mayores, y volvió a la carga:

-Dice la cuenta que por el uso de Internet debo abonar 450 pesos y desconocía la existencia de ese servicio en el hotel. Tampoco consumimos bebidas en el minibar y me cobran dos mil 500 pesos por las cervezas de laticas.

El empleado lo miró con desgano y arremetió contra el guerrero de broncíneas corazas:

-¡Ahí estaban! y si no utilizó esos servicios… escapan a nuestras aspiraciones. En resumen, la cuenta asciende a dos mil 650 pesitos nada más-precisó.

Como el gran Héctor Priámida, el de tremolante casco, pensó Homero trasladar lo sucedido a Pisístrato, el gobernador de Atenas, y socializarlo el lunes venidero en el matutino de su trabajo, pero antes decidió poner en juego una de sus ocurrencias.

Se acercó más al cobrador y con una sonrisa dejó caer su marcada intención:

-Mire, amigo, aquí le dejo 400 pesos por la piscina y damos por liquidado el asunto.

-Faltan dos mil 250 pesos -reclamó el asistente.

-Precisamente es lo que les cobro a ustedes por acostarse con mi mujer.

-Es un error -precisó el contrario- ¡En ningún momento hemos tocado a su esposa! Le juro que nadie en este recinto hizo semejante intento…

-Sí, pero mi mujer estaba ahí. ¡Si no lo hicieron es problema de ustedes! ¿Verdad, Telemaquia?

Y cuentan que al regreso de la terrible pelea, Homero llegó a casa en compañía de Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope, unieron el desganado presupuesto para comprar una botella de vino Rey del Cauto y festejaron, como nunca antes, el cumple de Telemaquia.

 

 

 

 

 

 

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