Bonsái: un ejercicio de mutilación del yo ⃰ (+ Videos)

Un bonsái, básicamente, es un árbol mutilado para moldearlo de manera estética según los intereses de quien lo haga. Partiendo de esta idea y, teniendo en cuenta algunos de los procedimientos para llegar al resultado final (dígase: siembra, trasplante, poda, alambrado, etc), sospecho que la pieza de rareza inclasificable o inter-genérica Bonsái, del santiaguero Juan Edilberto Sosa, no es otra cosa que el registro audiovisual de una metáfora.

No importa aquí ningún tipo de búsqueda técnica del audiovisual propiamente dicho; aunque tampoco carece de cierto hallazgo afortunado, sobre todo a nivel narrativo y psicológico: planos aberrantes, sonidos ambiguos y una secuencia abstracta hacia mitad de la película. Desde este punto de vista quizás se resiente en la precariedad del sonido, independientemente a que haya sido intención –o no– de sus realizadores. El sonido, se sabe, juega un papel protagónico en la dramaturgia de cualquier tipo de obra audiovisual.

Pero a lo que íbamos: la jerarquía aquí pertenece a la mera coincidencia de colocar una cámara en un sitio donde está ocurriendo algo: la metáfora: la mutilación del ego de un personaje que es muchos personajes.

cartel diseño de frank lahera

Hay una angustia latente que se respira durante todo el film y que es, luego de las posibles carcajadas iniciales provocadas por la imagen esperpéntica del personaje, lo que logra conectar con el espectador. La angustia entendida como un oxímoron: de un lado, la angustia de lo cotidiano como inercia que tira hacia la desidia; del otro, la angustia como envite tácito que provoca finalmente un salto (una suma de pequeños saltos, en realidad): lo que delata, en definitiva, la naturaleza más primitiva y elemental del ser humano: el drama de respirar, comer y cagar: la belleza patética. Ejecutada por Juan desde lo alegórico y manifestada visualmente en el vestuario (o piel) y la conducta (¿o mente?) del personaje.

Entonces entramos de a lleno en una especie de círculo vicioso que roza lo inquietante, sobre todo entendiendo que los sentidos están anulados de antemano por esa piel o caparazón forjado a golpe de alienación: multi-medial, (des)informativa y de resistencia instintiva a la agonía. Este último elemento cobra particular connotación en la dedicada compulsión del personaje a su higiene personal, que además implica –narrativamente– una contextualización inmediata de la historia. Sin embargo, poco a poco se nos revela que en realidad el círculo es espiral que, a cada vuelta, ha ido ganando en diámetro, poco a poco, mientras su zona de confort se torna cada vez más peligrosa.

Bonsái es un ejercicio de pensamiento. Si no logra echarle a andar las neuronas, ya puede dormir tranquilo el resto de su vida. Más allá de un argumento lineal que sospecho propiciado para el audiovisual y no así para la pieza teatral en conjunto, lo que destaca de la historia es la certeza de que somos manipulados por un algo que prevalece. Llámelo dios, llámelo narrador, llámelo sociedad. Nos siembran, nos podan y nos trasplantan; así como pretendemos hacerlo con otras cosas.

foto Frank Lahera

Al ser, además, un ejercicio de supresión del ego, el actor deja de tener importancia y el personaje se convierte en la obra. Condición que le acerca a un Kafka o a un Virgilio Piñera, donde el yo es sustituido por el nosotros, incluso por el eso. Es entonces que desaparece el individuo y aparece el sustrato. Por lo tanto, desde un punto de vista formal y referencial, le percibo cierta proximidad con algunas formas del teatro asiático, pero desde una especie de hibridez que le acercan, desde lo teórico, al teatro antropológico del italiano Eugenio Barba y, desde la ejecución, al teatro pobre del polaco Grotowski y al experimentalismo de Samuel Beckett.

Finalmente, descubrimos en la pieza ese acercamiento otro que lo redondea y lo carga de significado: la metáfora multiplicada en la colectividad, el fin mismo de todo arte: provocar. La capacidad inter-genérica que por naturaleza porta Bonsái permite que pueda desbordarse hacia el performance o el happening. Y descubrimos la mirada atónita del transeúnte no-pensante, que es capaz de creer sin dudar en lo que dice su televisor, pero no da crédito a lo que puede aparecer ante sus ojos un día cualquiera de su vida.

Entonces todo cobra sentido, un sentido quijotesco: el transeúnte queda mutilado y el personaje se exonera, al menos durante algunos instantes, de cualquier tipo de averno: real o simbólico. El personaje tiene un proyecto, pero no se imagina que sigue siendo parte de un plan más grande: el proyecto del gran mutilador: el pequeño ojo que te mira desde la primera fila, el enorme ojo que te mira desde la sala de proyecciones. El personaje sale en su bicicleta, convencido de que solo lo guía su voluntad, convertido definitivamente en un resultado estético: mutilado y moldeado, pero admirable.

foto frank lahera

 

⃰ Bónsai es un cortometraje realizado a partir de una pieza teatral homónima montada por el Grupo de Experimentación Escénica LA CAJA NEGRA y dirigida por Juan Edilberto Sosa.

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